La mayoría de los políticos desprecian al pueblo, sobre todo a los más pobres y marginados, a los menos instruidos, a los más desamparados, porque saben que de ellos pueden obtener muy poco provecho o beneficio directo.
Pero de manera hipócrita y convenenciera, los malos políticos y falsos redentores siguen buscando la aprobación de la gente y su voto cada tres o seis años, para legitimar y perpetuar espacios de poder que, después, les sirven para mantener privilegios que no están al alcance de la mayoría, y para oprimir al pueblo o abusar de él.
Pese a todo, sigue siendo terriblemente cierto el principio de que “la soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo”. Que todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste, porque el pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno, según proclama el Artículo 39 constitucional.
Cada día está más claro que en el ámbito federal, los comicios del próximo 6 de junio del 2021 permitirán medir, sin margen para la equivocación, el crédito que todavía le queda al presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, y también cuánto capital político conserva el gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro Ramírez, pese a que ninguno de los dos aparecerá en la boleta.
Aunque, cada quien por su lado y a su modo, no dejan de hacer proselitismo en favor de sus partidos y candidatos, aunque reiteradamente lo nieguen y persistentemente violen disposiciones en materia de propaganda político-electoral.
El mismo clima de profunda polarización que percibimos y observamos, en medios de comunicación convencionales o digitales, y en nuestro entorno social y familiar, corroboran que el 6 de junio se escenificará en las urnas una de las más cruentas batallas de la historia de México.
El conocimiento de la historia suele enriquecer el buen juicio de las personas, cuando sus lecciones inspiran una sabia, honesta e inteligente reflexión.
Hace 490 años el florentino Nicolás Maquiavelo escribió el más célebre tratado de política, “El Príncipe” (publicado en 1531), en el que se refiere al amor y el aprecio, o el desprecio justo del pueblo hacia sus gobernantes. Ideas que ajustan para describir algunas realidades, casi cinco siglos después.
En el capítulo 9, “Del Principado Civil”, reflexiona Maquiavelo sobre el origen del poder: “El principado pueden implantarlo tanto el pueblo como los nobles, según la ocasión se presente a uno o a otros”.
Agrega: “Los nobles, cuando comprueban que no pueden resistir al pueblo, concentran toda la autoridad en uno de ellos y lo hacen príncipe, para poder, a su sombra, dar rienda suelta a sus apetitos. El pueblo, cuando a su vez comprueba que no puede hacer frente a los grandes, cede su autoridad a uno y lo hace príncipe para que lo defienda”.
¿Cuál apoyo suele ser más consistente?
Advierte Maquiavelo: “Pero el que llega al principado con la ayuda de los nobles se mantiene con más dificultad que el que ha llegado mediante el apoyo del pueblo, porque los que lo rodean se consideran sus iguales, y en tal caso se le hace difícil mandarlos y manejarlos como quisiera”.
Reflexiona: “Mientras que el que llega por el favor popular es única autoridad, y no tiene en derredor a nadie o casi nadie que no esté dispuesto a obedecer. Por otra parte, no puede honradamente satisfacer a los grandes sin lesionar a los demás; pero, en cambio, puede satisfacer al pueblo, porque la finalidad del pueblo es más honesta que la de los grandes, queriendo estos oprimir, y aquél no ser oprimido”.
Concluye: “Un príncipe jamás podrá dominar a un pueblo cuando lo tenga por enemigo, porque son muchos los que lo forman; a los nobles, como se trata de pocos, le será fácil. Lo peor que un príncipe puede esperar de un pueblo que no lo ame es el ser abandonado por él (…) El que llegue a príncipe mediante el favor del pueblo debe esforzarse en conservar su afecto, cosa fácil, pues el pueblo sólo pide no ser oprimido” (El Príncipe, Editorial Gernika, México, 2002, páginas 55, 56 y 57).
Es sorprendente como la esencia de la mayoría de los políticos no se ha modificado con el paso de los siglos. Siguen respondiendo a los mismos patrones de conducta, para bien o para mal. El poder transforma a las personas: a los inteligentes los priva del buen juicio; y a los que carecen de inteligencia, los extravía más, hasta los linderos de la locura, y los conduce al abismo.
El eterno dilema: gobernar para el pueblo o sin el pueblo. Las urnas hablarán el próximo domingo 6 de junio del 2021. (Por Pedro Mellado Rodríguez)